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La Última Vez

de Eduardo Pocai, el Lunes, 18 de junio, 2012 Ensayos
La Última Vez
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Se volvió y la miró como si fuese la última vez, era un gesto irremediable, no podía tener, él, otro gesto en ese momento. Las horas habían transcurrido con toda la prisa que se le impone a los momentos más intensos, esos momentos; que son por los que estamos en este mundo, los más maravillosos. Pero el gesto era irremediable, lo decía todo.
 Se miraron a los ojos, se acariciaron, cayeron lágrimas, se miraron con el amor más grande que puede haber entre un hombre y una mujer, no podían dejar de mirarse, querían hacer de ese momento la eternidad.
 ¿Comprender una situación así? No, ¡imposible!, ¿Por qué habían decidido castigarse para el resto de la vida?, ¿el resto de la vida?. ¿Cuánta más vida podía haber por delante con tanto sufrimiento?
Ella era la mujer perfecta para él, dueña de una mirada que recordaba la caricia de un mar calmo, de aguas cálidas, que preparaba una jornada inigualable. Era la mujer que había buscado toda la vida, cariñosa, tierna , comprensiva, dulce, amable, fuerte, compañera, bonita. Si llovía; la lluvia mojaba su corazón para apaciguarlo. Si nevaba; salía a jugar con los blancos copos, y miraba hacia arriba porque decía que cuando caían en su cara le acariciaban el alma. Si salía el sol; su rostro se iluminaba de tal manera que era como mirar al más maravilloso jardín lleno de las flores jamás vistas. Bella, muy bella, tal vez una belleza que solo él veía, pero era lo que importaba.
Se despertaba con alegría, con ganas de vivir, le ponía onda a todo, el estar al lado de ella era estar vivo, él lo sabía, sabía que encontrar otra igual no iba a ser cosa fácil.
Él era el hombre perfecto para ella, comprensivo, amable, caballero, buen amante, capaz de hacer lo que ella quisiera, trabajador, luchador, honrado, dulce, cálido. 
Se miraron por última vez, él giró bruscamente para no ver la partida, se quedó ahí parado, sin imaginarse el futuro, era como que ya no había futuro, se quedó sintiendo que desde adentro, desde lo más profundo, venía naciendo un río, un río cristalino pero de agua salada, sí, un río de lágrimas, temía ahogarse en él.
El amor es la cosa más triste cuando se deshace, pero ¿si había amor? ¿Qué era lo que pasaba?
Él tomó la calle y comenzó a alejarse, sin voltear, ya está se decía así mismo, pero obviamente no se convencía, hasta que estalló en llanto, cruzó a la plaza que los supo cobijar y se sentó en el banco donde le había declarado su amor, sintió por un momento los mismos perfumes de aquel hermoso instante, hasta le pareció ver corretear a los mismos chicos que jugaban en la plaza aquella tarde.
Esos chicos eran él y ella, que a pesar de sus edades, un tanto avanzadas, supieron jugar al amor como niños, como adolescentes que recién despertaban al amor. Ellos eran únicos, como son únicos todos aquellos que despiertan al amor mucho más allá de los cuarenta.
Esta es una historia que aún no tuvo final.
Toda semejanza con la realidad es pura coincidencia.
 
Eduardo Pocai

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