Hermosa mujer de leche, que cargas las dulces glándulas del amor, sobre un sexo infinito.
Hermosa mujer blanca, que descansas sobre la suave alfombra ocre de la hojarasca derramada desde la altura de una lenga centenaria. Tus brazos intentaron ser dos alas frágiles, para volar sobre mis infinitos besos. Tus manos tiernas, tus uñas rojas, y tu piel de vida, juegan a ser; la mujer de leche, sí, esa que sube al altar perpetuo, que nos espera, para convencernos que la voluptuosidad de dos cuerpos desnudos, hombre, mujer; forman la inmensa diafanidad que ahonda sobre la más bella música jamás escuchada. La música vibra, nos está llamando, las notas musicales se enredan en tu cintura, con el sonido de la más intensa sinfonía.
Con tu presencia, el perfume de los cuerpos, desató la locura de la inocencia; mujer de leche. No llegué a comprender que sucedía, pero mi ser flotaba sobre el aroma más maravilloso.
Así, desde el misterio, llegaste a mí, sin edad, sin tiempo, pero en tus manos traías el secreto del amor ausente. Ese amor que necesitaba para seguir vivo. Has perpetuado mi éxtasis; mujer de leche.
Eduardo Pocai.